El tema nación se ha trabajado desde múltiples perspectivas: la historia, la antropología, la filosofía, la sociología, la lingüística, entre muchas más sin embargo, poco se ha dicho sobre la manera como los individuos interiorizan, recrean, reproducen y centran un concepto tan abstracto.
Es sabido que todos los individuos no pertenecen de manera única a un solo grupo social, existen muchos otros a los cuales se puede pertenecer a la vez: familia, barrio, comunidad, género, iglesia, sociedades, la nación misma. Cada uno de ellos exige lealtades, al tiempo que proporciona seguridad en situaciones difíciles y complejas, pero, a su vez, genera una adhesión sentimental, a un todo mayor: el “nosotros”. Y en este trabajo ese nosotros somos la patria-nación.
Para Renán, en su clásica definición, la nación es: Un alma. Un principio espiritual. Dos cosas, que en verdad son solo una, componen esta alma, este principio espiritual. Una de ellas pertenece al pasado, la otra al presente. La una es la posesión común de una herencia rica en recuerdos, la otra es el acuerdo presente, el deseo de vivir unidos. Una nación es, por tanto, una gran solidaridad, construida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho; y los sacrificios que todavía se están dispuestos a hacer.
El planteamiento de Renán constituye uno de los paradigmas del siglo XIX: la construcción del Estado-Nación, esto es, la búsqueda para conseguir la unidad étnica y cultural de una población homogénea dentro de un territorio y con un estado propio. Paradigma que llega hasta el siglo XX, pues supone al Estado-Nación como único camino a la modernidad.
Ahora bien, todo nacionalismo ha tratado de determinar qué es una nación, pero éste resulta ser un concepto demasiado abstracto para los individuos que la integran, el sociólogo francés Edgar Morin nos dice:
Una nación se mantiene unida por una memoria colectiva y unas normas y reglas comunes. La comunidad de una nación se alimenta de un largo pasado, rico en experiencias y pruebas, en dolor y alegría, derrotas, victorias y gloria, transmitidas a cada generación y a cada individuo a través de la casa paterna y la escuela. Así las naciones se reconocen en un pasado histórico compartido, gloria y sacrificio comunes que quedan grabados en los corazones y las mentes de los individuos.
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